Suena.
Escuchas el choque de lo que tú eres por dentro con el exterior.
Es una milésima de segundo.
Sin embargo nadie lo ve.
Puede sucederte en cualquier lugar y tener que seguir sonriendo.
Pero hay algo que ha cambiado para siempre.
Y piensas si no sería eso lo que le pasó a tu madre que no volvió a ser la misma.
Que hacía como que sí, pero no.
Que sus ojos ya no la acompañaban.
Y piensas en toda la gente que está a tu alrededor y que parece entera.Cuando te rompes por dentro.
No te creen.
Porque no hay sangre, no hay herida, no hay desmayo o caída.
Y si eres tan valiente como para decir cómo te sientes.
Si tienes el coraje de mostrarte vulnerable corriendo así el riesgo de que te hagan más daño.
Entonces te dicen que eso no es nada.
Que eso es estrés, que anda que no hay problemas en la vida, que cojas un poco el aire, que te dejes de tonterías, que eso se te pasa con un buen polvo.
Que te recojas a ti misma chasqueando los dedos como haría Mary Poppins.
Que te recompongas como quien hace croquetas.
No.Y lo único que necesitamos es tiempo y afecto.
A veces la vida da duro.
Es que nos dejen estar rotos y rotas.
Que no nos obliguen a estar bien.
Porque volveremos a encontrar el resplandor.
En una palabra, en un cuerpo, en una orilla o en el viento que agite las hojas.
Volveremos a ver la belleza del mundo.
Y ese momento también sonará.
Por ahora.
Dejad la tristeza.
En paz.
Obtenido de :https://www.mentesana.es/blogs/roy-galan/dejar-espacio-tristeza_1698
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